Más allá de la Arquitectura Tradicional

por Laura Miguel Pastor

El primer día de la segunda semana -la dedicada al proyecto- después de desayunar, comenzamos la mañana con una explicación detallada del programa. Entre el murmullo creciente que ponía fin a la explicación y daba paso al dibujo, uno de los profesores volvió a captar nuestra atención unos segundos para añadir un último matiz:

 “…and don’t forget about beauty. Design, above all, beautiful buildings and squares for the people here”

Cuando escuché a Frank decir esto recordé el momento en el que, con dieciséis años, fui con el colegio a Florencia por primera vez y, al ver la cúpula del Duomo, pensé que quería ser arquitecto -como Brunelleschi- para poder regalar al mundo algo igual de espectacular. Después de tantos años de carrera sintiendo que no encajaba en el mundo de la arquitectura, que todo el mundo remaba en la dirección contraria a mi deseo de adolescente, volví a encontrar en su frase la razón por la que empecé a estudiar. Era la primera vez que me sentía en mi sitio entre arquitectos.

Para mí Azores Summer School ha sido una de las experiencias más importantes que he vivido. Además de haber vuelto a casa sabiendo lo que quiero hacer, me han sorprendido muchas cosas. La primera: haber disfrutado de todo y con todos, más allá de la Arquitectura. De los paseos por los pueblos, de ver ballenas, de dibujar, de tomar algo, de bailar, del mar, de las estrellas… ¡incluso de madrugar! Era impactante hablar con cualquier compañero en el desayuno sobre el programa del día y que estuviese entusiasmado por todo lo que nos habían preparado. Además, cada profesor o invitado que daba una pequeña conferencia, transmitía el mismo entusiasmo envidiable por lo que hacía. Creo que esta ha sido la razón por la que han sido tan intensos estos días, la pasión que compartimos todos por lo que hemos hecho.

Otra de las cosas que más me han gustado de esta escuela ha sido la cercanía con los profesores. Haber podido compartir dos semanas con arquitectos y profesores, con tanta libertad que se han convertido incluso en amigos, ha sido una oportunidad única. Me ha sorprendido que tuviesen tanto interés en conocernos, a diferencia de otros viajes de estudio que he hecho. La lecture que dio cada uno de ellos demostraba, de alguna manera, que ellos también tenían una razón para estar allí, para aprender, igual que nosotros. En este sentido, ha sido muy enriquecedora la diversidad tanto de edades como de nacionalidades entre los participantes. El hecho de que algunos alumnos fuesen incluso mayores que algunos profesores, facilitaba que todos pudiésemos aprender de todos. Es difícil encontrar un sitio con un límite tan sutil entre alumnos y profesores que fuese difícil distinguirnos.

Personalmente decidí participar en esta escuela principalmente por la ayuda que podrían suponer estos días para entender hacia dónde dirigir mi carrera profesional. Tenía claro que me gustaba el ámbito de la restauración y de la Arquitectura Tradicional, pero no sabía cómo se traducía profesionalmente. Poder conocer de cerca casi treinta “vías” distintas e igualmente apasionantes ha superado con creces cualquiera de mis expectativas.

Sobre lo que hemos visto y hecho podría escribir un libro entero. La isla de Pico tiene una belleza única, unos colores, tanto en su arquitectura como en la naturaleza, que no había visto en ningún otro sitio. En una semana, la hemos visitado, conocido y dibujado hasta el mínimo detalle. Hemos conocido incluso a su gente y sus tradiciones. Como los pueblos tenían tan pocos habitantes, llamábamos la atención, y muchos nos contaban anécdotas sobre la vida allí o incluso nos invitaban a tomar algún licor casero. La segunda semana nos movimos en “nuestro” pueblo, Lajes, entre el aula de estudio y la plataforma elevada de hormigón que hacía el papel de paseo marítimo. Algunos dibujaban dentro con música alegre mientras cantaban, otros sacaban las mesas al césped para escapar del calor y algún otro dibujaba detalles paseando por el pueblo. Por las tardes nos reuníamos todos en el auditorio del museo para asistir a la lecture del día, donde tomábamos apuntes siempre dibujados. Después de cenar juntos, seguíamos conociéndonos en el bar o viendo las estrellas. ¡Ni en un mes me habría cansado de esta rutina! Sin embargo, más allá de las actividades, llevo conmigo los paseos por la isla en los que me cruzaba con alguien que dibujaba, las charlas en el autobús, salir de cenar y ver a todos sentados en el muro viendo el atardecer en silencio, la propuesta de algún compañero de ir a ver las estrellas, la infinidad de veces que mis dibujos han sido apreciados y yo me he sentido valorada, la familiaridad con todos siempre, la libertad y la confianza que los profesores han tenido en nosotros.

Me impactó mucho conocer, durante los últimos días, a uno de los patrocinadores de la escuela de verano. Yo he podido participar por personas como él que, sin conocerme de nada, me han regalado casi todo el viaje. En este mundo, algo así sólo se hace por quienes valen mucho o se lo han ganado trabajando más que los demás. Yo no cumplía ninguna de las dos, lo único que se me pedía era querer ir y, después de haberlo vivido, estoy segura de que este método de selección es infalible e imprescindible para que la escuela haya dado tanto fruto.

El último día montamos la exposición. La presión por abrir las puertas a la hora establecida quedaba en segundo plano respecto a lo orgullosa que estaba del trabajo que habíamos hecho. Era precioso ver cómo, a pesar de haber visto nuestros dibujos mil veces, todos mirábamos y volvíamos a mirar los paneles fascinados por nuestro propio trabajo.

Me habría encantado escribir cada uno de los discursos de los profesores durante la entrega de diplomas, pero la emoción me lo impidió. Por suerte recuerdo una cosa que dijo Ramón, porque me la repitió también al terminar, que resume a la perfección estos días:

algunos os habréis dado cuenta de que la gente que hay aquí es distinta, y los que no os habéis dado cuenta, lo descubriréis cuando salgáis de aquí.”

Yo lo intuí en Alejandro cuando le conocí el último año de carrera y, haber descubierto que no es sólo él, sino que hay una “familia” entera detrás, que no termina en las Azores, sino que puedo seguir formando parte de ella, ha sido, sin duda, lo más fascinante de la Azores Summer School. Gracias.

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